Lo que tengo te doy!!

Lo que tengo te doy

Por el Pastor Humberto A. Renovato

Un día subían Pedro y Juan al Templo a las tres de la tarde, que es la hora de la oración. Junto a la puerta llamada Hermosa había un hombre lisiado de nacimiento, al que todos los días dejaban allí para que pidiera limosna a los que entraban en el Templo. Cuando este vio que Pedro y Juan estaban por entrar, les pidió limosna. Pedro, con Juan, mirándolo fijamente, le dijo: —¡Míranos! El hombre fijó en ellos la mirada, esperando recibir algo. —No tengo plata ni oro —declaró Pedro—, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda! Y tomándolo por la mano derecha, lo levantó. Al instante los pies y los tobillos del hombre cobraron fuerza. De un salto se puso en pie y comenzó a caminar. Luego entró con ellos en el Templo con sus propios pies, saltando y alabando a Dios. Cuando todo el pueblo lo vio caminar y alabar a Dios, lo reconocieron como el mismo hombre que acostumbraba a pedir limosna sentado junto a la puerta del Templo llamada Hermosa, entonces se llenaron de admiración y asombro por lo que le había ocurrido. Hechos 3:1‭-‬10 NVI

Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. En este momento, era traído un hombre cojo de nacimiento a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa para que pidiese limosna a los que entraban y salían. Aquí sobresalen varios detalles: primero, era traído; segundo, el hombre era cojo de nacimiento; tercero, lo ponían a la puerta; cuarto, pedía limosna. Estos aspectos describen la condición del hombre y la rutina a la que estaba sometido diariamente por dicha condición.

Pedro y Juan llegan al templo de Jerusalén y se encuentran a un hombre paralítico y cojo que clama por la caridad de la gente. Con seguridad llevaba años en esa triste condición, sin ver un cambio físico, pidiendo «limosna» y sin tener el privilegio de entrar al templo. Pedro, «...fijando en él los ojos, le dijo: Míranos». Pedro ya conocía cuán importante era mantener los ojos fijos en alguien, especialmente en Jesús. Él sabía el peligro que representaba apartar los ojos del Maestro, porque tiempo atrás estuvo a punto de ahogarse por esta razón. Ahora, junto a Juan, le dice al cojo «míranos». Era otra manera de decirle: «No apartes los ojos de nosotros porque en este momento tenemos el poder para sanarte en el nombre de Jesús». Conociendo que el cojo había caído en el conformismo de esperar una moneda de la gente, Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro…» –seguramente no tenía, pero tampoco era lo que el hombre necesitaba —y prosiguió: «…pero lo que tengo te doy…».

Creo que Pedro recordó el momento en el que Jesús lo miró a los ojos, extendió su mano y lo levantó. El hombre fue sanado y, por primera vez, ya no está paralizado en la puerta, ahora anda, salta y entra con ellos al templo para alabar a Dios. Y todo sucedió porque en los planes de Dios había un día y una hora específica para él.

Responde

Es importante entender que hay una hora establecida de parte de Dios para cada persona. Hay un tiempo divino que Dios ha preparado para manifestar su poder sobre tu vida y la vida de otros a través de ti. Puedes decir que hoy es un día tan normal como cualquier otro. Puede ser cualquier hora del día, pero ¿y si Dios se mete hoy en tu hora? El tiempo de Dios es muy importante para tomar y recibir. ¿Has pensado que hoy puede ser, no solo el tiempo asignado para ti, sino que Dios también quiere usarte en la hora asignada para alguien más?